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Monday, August 3, 2020

¿Jugaban Los Sajones Al Fútbol Con Cabezas De Daneses Decapitados?


En diversas obras dedicadas a explicar los orígenes del fútbol se narra una curiosa historia sobre un precedente medieval del fútbol. La página oficial de la FIFA lo cuenta de esta forma: «una teoría es que el juego es de origen anglosajón. Tanto en Kingston-on-Thames como en Chester la leyenda local cuenta que el juego se practicó allí por primera vez con con la cabeza decapitada de un príncipe danés al que habían derrotado».
No es objeto de esta entrada hablar de los orígenes del fútbol, sino profundizar en la curiosa (y siniestra) leyenda sobre sajones dando patadas al cráneo de un príncipe danés. El hecho de que en ninguna de las fuentes consultadas se ofrezcan detalles sobre fechas, nombres de batallas o, especialmente, sobre el nombre del desgraciado caudillo danés que sufrió tan cruel castigo, nos lleva a considerar que el relato no responde a un hecho histórico concreto, sino a una leyenda local, como indica la página de la FIFA.
No obstante, se dice que muchas veces estas leyendas y tradiciones locales tienen un trasfondo histórico, lo que nos lleva a preguntarnos de dónde pudo surgir esta historia de sajones golpeando con los pies la cabeza de un príncipe danés. En otras palabras, ¿existe alguna base histórica que justifique este odio de los sajones por los daneses? Y, de ser así, ¿cuándo y por qué se produjo esta circunstancia?
Para dar respuesta a esta pregunta tenemos que situarnos en la isla de Gran Bretaña, la Britania romana, en el siglo V. Como ocurrió con otras partes limítrofes del Imperio romano, la provincia de Britania sufrió a lo largo de los siglos IV y V las consecuencias de la crisis de Roma, que hizo que buena parte de las legiones acantonadas en las zonas más lejanas fueran llamadas a defender el corazón del Imperio, lo que las convirtió en frutas maduras para el ataque y asentamiento de diferentes tribus bárbaras.
[caption id="attachment_9983" align="alignleft" width="192"]3418434A-E3B2-42E3-8F17-EB58DFC0F0A6 Honorio, emperador romano[/caption]
En el año 410 los súbditos britanos de Roma solicitaron al emperador Honorio apoyo en hombres y armamento. Pero Honorio les contestó que tendrían que valerse por sí mismos. La respuesta de Honorio suponía el fin de la dominación romana en Britania.
Ya desde el siglo III habitaban la isla diferentes familias de tribus bárbaras, anglos y sajones, procedentes del continente, algunos dedicados al cultivo de la tierra o al comercio, otros que formaban parte del ejército romano. Pero eran una minoría desorganizada y sin conciencia tribal.
Esto cambió cuando alrededor del año 430, (el 448 según la Anglo-Saxon Chronicle), un caudillo local llamado Vortigern solicitó protección frente a los pictos y los escotos a las tribus sajonas del continente. En realidad el nombre Vortigern es una denominación genérica para referirse a un soberano que ostentaba el liderazgo de la confederación de pequeños reinos o dominios de Britania.
[caption id="attachment_9981" align="alignright" width="300"]2273507C-503B-4E03-92F1-811B2D455829 Hengist y Horsa[/caption]
Una fuerza de mercenarios sajones dirigida por Hengist y Horsa llegó a Britania para hacer frente a las invasiones de pictos (procedentes de Escocia) y escotos (procedentes de Irlanda). El que los nombres de estos caudillos signifiquen semental y yegua, respectivamente, genera dudas sobre un posible origen mitológico del relato orquestado posteriormente por los sajones para dotar de una pátina legendaria al nacimiento de su reino
Lo que sí es cierto es que los sajones llegaron a Britania. Eran paganos y famosos por su crueldad (según un cronista romano del siglo V, «el sajón aventaja a todos en brutalidad») y por la práctica de sacrificios humanos.
Inicialmente el contingente sajón no era demasiado numeroso y se instaló en el suroeste de Britania (Kent, Norfolk y Londres especialmente). A solicitud de Vortigern, llegaron más sajones al país. Esto parece que fue suficiente para disuadir de sus planes a pictos y escotos. Pero cuando la amenaza desapareció, los britanos se negaron a pagar a los sajones por sus servicios o a compensarles cediéndoles tierras, indicando que ya no necesitaban su presencia y que debían abandonar sus tierras.
Los sajones, como es de suponer, no aceptaron esta situación, pues habían tenido tiempo de percatarse de que se trataba de una tierra rica y que ofrecía muchas oportunidades. Así que no solo no se retiraron de Britania, sino que llamaron a sus compatriotas y a otras tribus germanas para que se desplazasen a la isla. Se lanzaron a la invasión de Britania. Los jutos se instalaron en Kent, Hampshire y la isla de Wight; los sajones hicieron lo propio en la vertiente superior del valle del Támesis; los frisios se desperdigaron por el sudeste, con una importante presencia en Londres; y los anglos optaron por el este y noreste de la isla.
Los britanos lograron oponer resistencia por un tiempo, hasta que ambos pueblos se enfrentaron en el año 490 en el Monte Badon, donde los sajones derrotaron a un famoso dux bellorum britano de gran talento militar, lo que sería el inicial sustento histórico de las leyendas del rey Arturo… pero esa es otra historia.
[caption id="attachment_9984" align="aligncenter" width="223"]BD3CF258-C7F9-415D-BA2A-A1B3733E1E54Estatua del rey Arturo en Tintagel[/caption]
En las décadas siguientes las conquistas militares y la despoblación causada por diversas plagas que afectó especialmente a los habitantes originarios de la isla, hicieron que el dominio de los anglos y los sajones se extendiera por buena parte de Britania. Los britanos que no se integraron en la nueva organización fueron arrinconados en el sudoeste del país, la actual Gales, o huyeron al continente, a una región que a ellos debe su nombre: la actual Bretaña francesa. Algunos llegaron a la cornisa cantábrica.
47E3848E-51A5-442B-A04C-F3CDDF3D7801En un lento proceso que duró muchos años los dominios sajones se organizaron en siete diferentes reinos, la conocida como heptarquía: Mercia, Wessex y Northumbria eran los tres principales; Sussex, Kent, Essex, y Anglia Oriental, los cuatro más pequeños. Las fronteras entre unos y otros iban variando en función de las guerras que los enfrentaron. Los más pequeños, salvo Anglia Oriental, terminarían desapareciendo en el siglo IX.
Hasta que una terrible amenaza exterior puso en peligro la propia existencia de los reinos sajones y les obligó a unirse en su defensa contra el enemigo común. Una amenaza de un contrincante que, como los sajones cuando llegaron a la isla, era pagano y que hizo de las ricas e indefensas posesiones religiosas de los ya cristianizados sajones un objeto preferente de sus ataques.
«Protégenos, Señor, de la furia de los hombres del norte», rogaba un monje inglés tras una de las sangrientas incursiones de estos atacantes en un centro religioso de Inglaterra. En el año 790 tres barcos noruegos tomaban tierra en Portland, en la costa de Dorset. Un funcionario procedente de Dorchester acudió a recibirles pensando que, como en ocasiones anteriores, venían a comerciar. Fue asesinado por una tripulación que no estaba compuesta por comerciantes y que no quería intercambiar mercaderías. Eran guerreros y venían a saquear.
[caption id="attachment_9987" align="alignnone" width="1861"]55927701-CB5F-47B9-9EA1-F84465AF9A81 El ataque vikingo sobre Lindisfarne[/caption]
Tres años después se produjo la considerada como primera incursión vikinga en Inglaterra, cuando se llevó a cabo un ataque sobre el monasterio de San Cuthbert en Lindisfarne. El monasterio fue arrasado y saqueado y muchos de sus monjes asesinados. Un año después un ataque similar se produjo en el monasterio de Jarrow y en el año 795 la isla de Iona fue la que sufrió la presencia de los norteños. Daba comienzo así una larga lista de lugares arrasados y saqueados en los años siguientes en las dos islas británicas. ¿Quiénes eran estos hombres del norte y por qué de repente desataron su furia sobre Inglaterra e Irlanda?
La presencia de barcos y personas procedentes de Escandinavia no era nueva en las islas británicas. Llevaban décadas comerciando (especialmente en York y Dublín, ciudad que fundaron) y algunos colonos se habían instalado en Anglia Oriental. De hecho, es posible que estas expediciones fuesen las responsables de que los escandinavos tomaran conciencia de la riqueza de los reinos sajones y, muy especialmente, de sus instituciones religiosas, a la vez que aprendían la geografía de la isla.
Pero estos navegantes, procedentes en su mayoría de Noruega y Dinamarca, eran algo distinto y muy pronto se les empezó a identificar con un nombre que en los siglos siguientes sembraría el pánico en las costas de buena parte de Europa desde Escocia hasta Andalucía: vikingos.
El término «vikingo», más que identificar la etnia de las personas que componían estas expediciones, lo que define es la actividad que realizaban. Eran los que se dedicaban, si se me permite la expresión, a «vikinguear», es decir a ir de expedición, a navegar en sus barcos y atacar los asentamientos en los que desembarcaban, en expediciones con un componente de aventuras, violencia, riesgo y saqueo.
Desde un punto de vista de identificación es más prudente hablar de «hombres del norte» que de vikingos, un término escasamente utilizado durante los siglos en que su presencia se dejó sentir en toda Europa. De hecho, esos hombres del norte no tenían necesariamente que «vikinguear» todo el año ni durante toda su vida, sino que podían convertirse con el tiempo en respetables comerciantes, granjeros o terratenientes.
Diversas causas se han apuntado para explicar esta repentina proliferación de expediciones de hombres del norte sobre Inglaterra. Desde la superpoblación hasta la inseguridad en sus territorios causadas por la emergencia de nuevos poderes centralizados en Noruega, de donde procedían inicialmente la mayoría de ellos, y Dinamarca.
A partir del año 830 las incursiones vikingas se multiplicaron, en busca de tierras, ganado, mujeres y esclavos. A diferencia de las primeras expediciones, en los siguientes años la mayoría de sus componentes procedían de Dinamarca. Se cebaron especialmente en Kent y Anglia Oriental.
[caption id="attachment_9982" align="alignleft" width="292"]07CF878A-07BC-43C2-AD76-19DEEF3DBAE3 Ecgberth de Wessex[/caption]
En el año 838, el rey Ecgberth de Wessex chocó con una fuerza vikinga. El rey de Wessex llevaba años castigando a sus vecinos de Mercia y Cornualles y estos últimos decidieron pedir ayuda a los temibles daneses. La batalla se desarrolló en un lugar llamado Kit Hill, una plaza de enorme importancia estratégica (por su altura y cercanía al mar) para el dominio de las fronteras de Cornualles. Ecgberth venció en la batalla, lo que consolidó el dominio de Wessex sobre el sudoeste de la isla, pero no impidió que nuevos contingentes guerreros vikingos volvieran a fustigar en los años siguientes diferentes partes de Inglaterra. Entre los años 840 y 853 al menos quince ataques daneses tuvieron Wessex como objetivo. Y en 844 una expedición sobre Northumbria terminó con la muerte del rey y de su heredero.
No siempre estos enfrentamientos terminaban con victoria vikinga. En 848 y 850, las fuerzas de Dorset y Somerset y las de Devon, respectivamente, consiguieron sangrientas victorias sobre bandas de saqueadores daneses. Y en el año 851 el hijo y heredero del rey Ecgberth de Wessex, Aethelwulf, derrotó a los daneses en un lugar llamado Aclea.
Desde el año 860 aproximadamente, las expediciones de saqueo y destrucción dieron paso a lo que sería una invasión en toda regla con ánimo de conquista y asentamiento. A aquellos que habían permanecido con la intención de pasar el invierno en Britania y retomar los ataques en primavera se unían nuevos contingentes procedentes de Escandinavia. En Dinamarca se había producido un importante aumento de población que generó una escasez de tierras, lo que explica la búsqueda de nuevos asentamientos en la rica isla de Britania.
Anglia Oriental era la zona que mejor conocían y en ella ya existían asentamientos escandinavos, por lo que fue el primer objetivo de miles de daneses que arribaron a la isla. Eran hombres que, a diferencia de sus opositores sajones, no tenían que regresar a casa tras la batalla para hacerse cargo de la cosecha. Al contrario, cualquier producto de la tierra del que quisieran alimentarse se encontraba detrás del enemigo sajón al que había que derrotar para llegar hasta su sustento. Eran hombres sin nada que perder y eso les convertía en un enemigo temible. En pocos años se hicieron con el control del reino y de sus recursos. Con el tiempo, la parte de Inglaterra que dominaron se conoció como Danelaw.
En el año 866 tomaron la ciudad de York. Aunque los sajones llegaron a recuperar brevemente la ciudad, en el año 867 cayó definitivamente en manos danesas, que la mantendrían en su poder durante casi cien años. Los dos pretendientes sajones al trono de Northumbria, Aelle y Oshbert murieron, cruelmente ejecutados. York recuerda su pasado vikingo con un museo, el Jorvik Viking Centre.
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Las peripecias de sajones y daneses por el dominio de Inglaterra se extendieron durante más de dos siglos y darían para escribir un libro. En el blog hay diversas entradas que tratan esta cuestión, como las dedicadas a Alfredo el Grande, su hija Aethleflaed, el rey danés Sweyn Forkbeard y el último gran intento escandinavo de conquistar Inglaterra en el año 1066.
Pero a los efectos que nos interesan para esta entrada, creo que lo narrado es más que suficiente para dar respuesta a las preguntas que nos planteábamos: no, no existe constancia histórica de que los sajones jugasen al fútbol con la cabeza de un príncipe danés decapitado, pero sí, sí que existe base histórica que justifique el odio de los sajones a los daneses y que pudiese servir como base a la leyenda transcrita al principio de la entrada sobre un grupo de sajones que cortaran la cabeza a un caudillo danés después de derrotarlo y patearan su cráneo después. Lo que no sería, evidentemente, es el origen del fútbol.
Fuentes| Thomas Williams. Viking Britain. An explanation.
.                 Peter Ackroyd. The History of England. Volume I. Foundations.
Imagen| Wikimedia Commons, archivo del autor.
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Enrique V: El Héroe De Agincourt Y El Sueño Roto De Unir Las Coronas De Inglaterra Y Francia



Entrada extraida del libro Los Plantagenet
Enrique de Monmouth nació en el castillo del mismo nombre el 17 de septiembre de 1387. Era hijo de Enrique Bolingbroke y de Mary de Bohun. En principio su rama familiar no estaba destinada a reinar en Inglaterra, ya que eran descendientes del tercer hijo de Eduardo III (Juan de Gante) y cuando nuestro protagonista nació el trono lo ocupaba Ricardo II, nieto del primogénito de Eduardo III (Eduardo de Woodstock), cuyo segundo hijo (Lionel de Amberes) también vivía y tenía descendencia.
[49D88AAD-9EE2-4E5F-AD0A-4A6BC2A2507BLos hijos de Eduardo III
Pero en 1399, tras una serie de acontecimientos narrados en la entrada dedicada a Enrique Bolingbroke, este depuso a su primo Ricardo II y subió al trono como Enrique IV, el primer monarca de la rama de los Lancaster de la dinastía Plantagenet.
Enrique de Monmouth se convertía así, de repente, en heredero al trono y príncipe de Gales. En 1406 Enrique IV hizo una sorprendente petición en el Parlamento: solicitó el nombramiento de un consejo permanente que le ayudara en la tarea de dirigir el país. Ese año se habían producido los primeros problemas de salud del rey.
En ese momento empezó a emerger la figura del príncipe de Gales. A sus diecinueve años ya se había distinguido en campañas contra el caudillo galés Owain Glyndwr (que también tiene su entrada en el blog),  en las que resultó herido y se llevó como recuerdo de la batalla una cicatriz que le acompañaría toda la vida. Además tenía otra gran ventaja: a él no le afectaban las acusaciones de usurpador del trono que su padre debía soportar. Lleno de ideas sobre cómo dirigir el país y con ganas de asumir más protagonismo, formó parte de un consejo de nueve personas designadas para realizar una completa reforma del delicado tema de las finanzas del reino.
Aunque en general la relación entre padre e hijo había sido buena, era inevitable que, a medida que este crecía y trataba de imponer sus criterios se produjeran diferencias entre uno y otro en materia religiosa (estaba en apogeo la herejía lolarda) y en la guerra con Francia.
En 1412 se produjo un hecho significativo. El príncipe fue acusado de haberse apropiado de unos fondos destinados a la guarnición de Calais. Decidido a defenderse, viajó a Londres acompañado de su guardia pretoriana de jóvenes nobles y de multitud de seguidores. Llegó a Westminster, donde la entrevista con su padre, que se prometía tormentosa, terminó con el príncipe reiterando su lealtad al rey y con padre e hijo reconciliados.
3A1785E8-4AF1-4720-BA74-B51782F65E49 Enrique IV
Las diferencias entre ambos probablemente habrían seguido yendo a más si no hubiese sido porque el estado de salud del rey empeoraba a pasos agigantados. Murió el 20 de marzo de 1413.
La subida al trono supuso para Enrique de Monmouth algo más que lucir una corona y pasar a llamarse Enrique V. Durante los últimos años del reinado de su padre había llamado la atención por su conducta disoluta, pero tras subir al trono se produjo una transformación radical en su comportamiento. La causa de esta hay que buscarla en el cambio que suponía asistir impotente al freno que su padre ponía a todas sus ideas e iniciativas de gobierno a verse de la noche a la mañana en disposición de llevarlas a cabo sin un poder superior que se le opusiera.
A sus veinticuatro años era un líder natural en el gobierno y en el campo de batalla, estaba dotado de la vitalidad del primer Plantagenet y la fuerza y atractivo físico de alguno de sus más ilustres predecesores. Su gobierno fue firme sin ser tiránico, era un administrador competente, promovía importantes recaudaciones de impuestos pero sin malgastar el dinero público y mantuvo buenas relaciones tanto con los nobles como con el Parlamento.
Enrique V puso sus ojos en el que era su gran objetivo: la tregua firmada por Ricardo II con Francia finalizaba en mayo de 1415 y el rey estaba decidido a retomar las pretensiones familiares al trono de Francia iniciadas por su bisabuelo Eduardo III. Envió mensajeros a Carlos VI de Francia reclamando su derecho a ser reconocido como heredero de la Corona francesa o, al menos, que le fuesen devueltas las históricas posesiones familiares de los Plantagenet reconocidas a los reyes ingleses en el tratado de Bretigny (1360) en el sur y el oeste francés, volviendo a reclamar el título de duque de Normandía. También solicitaba la mano de la hija del rey, Catalina de Valois, que debería venir acompañada con una generosísima dote nupcial.
En marzo de 1415, el delfín (heredero de la Corona francesa) envió un mensaje a Enrique V en el que, además de mofarse de su juventud, le decía que difícilmente podía aspirar a la Corona francesa cuando ni siquiera era el legítimo rey de Inglaterra. Era una poco disimulada declaración de guerra.
Enrique V partió de Southampton y puso pie en Francia el 14 de agosto de 1415. Su primer objetivo era hacerse con el histórico ducado de Normandía, perdido en su día por Juan Sin Tierra, y empezó poniendo sitio a Harfleur, pero le llevó más de un mes tomar la ciudad, mientras la pestilencia de las cercanas marismas hacía mella en su ejército, que se vio diezmado. Enrique tuvo que cambiar su plan de lanzarse a la invasión de Normandía, envió a los enfermos y heridos a casa y se dirigió hacia Calais.
En principio se trataba de un viaje que debería llevar unos ocho días. Pero los franceses habían destruido todos los puentes y vados para atravesar el caudaloso río Somme, por lo que los ingleses debieron dar un largo rodeo que implicaba recorrer el doble de la distancia inicialmente prevista, lo que les llevaría también idéntica cantidad de tiempo. A pesar de haber recibido algunos refuerzos, el ejército inglés se vio reducido de los alrededor de diez mil hombres que lo formaban inicialmente a algo menos de siete mil soldados, débiles, hambrientos, enfermos y agotados por las largas marchas a los que eran sometidos para llegar a Calais antes de ser alcanzados por el ejército que los franceses habían enviado en su búsqueda. Pero fue inútil. El 19 de octubre, el último de los ingleses logró cruzar el Somme. El ejército francés ya se encontraba al otro lado del río y se interponía en su camino a Calais.
A2F1C78E-E68C-4129-98CA-9C59A9E67200 Batalla de Agincourt
Enrique V se dio cuenta de que no le iba a ser posible llegar y se dispuso a presentar resistencia en el lugar desde el que mejor podía aprovechar la orografía para presentar batalla. Este lugar se llamaba Agincourt y allí se encontraron el 25 de octubre de 1415 el agotado, enfermo y hambriento ejército inglés de siete mil hombres con un descansado y bien alimentado ejército francés de más de veinte mil soldados, la flor y nata de la aristocracia, la caballería y la infantería francesa. Los arqueros ingleses volvieron a destrozar al ejército francés, ganándose definitivamente la fama de ser el más odiado enemigo de los franceses.
Tras una larga e intensa batalla se impusieron los ingleses, que sufrieron menos de mil bajas. En el lado francés murieron más de doce mil hombres, pero estas pérdidas no solo resultarían letales en los años siguientes por su número, sino por la calidad de las mismas, ya que entre los fallecidos había tres duques, cinco condes, más de noventa barones y unos dos mil caballeros.
Después de la aplastante victoria en Agincourt, Enrique V retomó las negociaciones en una posición ventajosa. Pero, a pesar de la mediación del emperador Segismundo, el diálogo con Francia era complicado, con el rey mentalmente enfermo y el delfín tan obsesionado con vengar la humillación padecida en el campo de batalla, que procedió a bloquear el acceso inglés más allá de lo conquistado. Pese a todo, en 1416 las fuerzas navales inglesas consiguieron derrotar a los barcos franceses y rompieron el bloqueo marítimo.
Enrique pidió y obtuvo del Parlamento, en octubre de 1416, un impuesto para retomar la campaña en Francia. Desembarcó nuevamente en agosto de 1417 y fue apropiándose de toda Normandía y tomando ciudades importantes como Caén (septiembre de 1417), la ciudad natal de Guillermo el Conquistador, Falaise, (1418) y finalmente la capital, Ruán, que resistió el sitio seis meses antes de caer (enero de 1419). El inglés recuperó así toda Normandía y dejó claro que había vuelto a Francia para quedarse y que no había fuerza francesa que pudiera oponerse a su ejército. Empezó a distribuir tierras en Normandía entre sus seguidores.
245px-catherine_of_france Catalina de Valois
Se abrieron negociaciones entre Enrique V y el rey francés Carlos VI, al que acompañaban su hijo, el delfín, y el duque de Borgoña, que intervino como mediador entre las partes. Se retomó el proyecto de casar a Enrique V con la hija del rey Carlos VI, Catalina de Valois, y designar a ambos como herederos del rey francés y regentes en su nombre debido a su incapacidad. El hecho de que el duque de Borgoña fuese asesinado cuando se encontraba en misión en la corte del delfín hizo que las sospechas recayeran sobre este y allanó el camino de Enrique V, que se plantó sin oposición a las puertas de París y reclamó la corona francesa.
Tras arduas negociaciones, en la primavera de 1420 se firmó el Tratado de Troyes por el que se reconocía a Enrique V como heredero al trono francés y se acordó sumatrimonio con Catalina de Valois. En diciembre del mismo año la pareja entró triunfalmente en París, el Parlamento francés ratificó el Tratado de Troyes y apartó al delfín de la sucesión al trono por su incapacidad para responder satisfactoriamente de los cargos relativos a la muerte del duque de Borgoña. De esa forma, a la muerte del rey Carlos VI serían gobernados por el mismo monarca los reinos de Francia e Inglaterra, aunque ambos países que seguirían conservando su derecho, sus libertades, sus costumbres y sus leyes.
1469FAC6-D0C9-4D66-ADBB-674DF37DACCA Carlos VII de Francia
No todo fueron parabienes tras el Tratado de Troyes. Muchos franceses no aceptaban ser gobernados desde Londres y se agruparon en torno al delfín (el futuro Carlos VII) que retenía en su poder extensas posesiones en el centro y el sur del país. Muchos ingleses recelaban de los costes económicos y políticos de verse involucrados en los asuntos franceses. De hecho, sendos parlamentos en 1420 y 1421 negaron a Enrique V los fondos necesarios para seguir financiando sus campañas en Francia.
Enrique V y su esposa Catalina de Valois viajaron a Inglaterra, donde ella fue coronada reina en febrero de 1421 y la pareja tuvo un hijo en diciembre de ese mismo año. Enrique había dejado como representante en Francia a su hermano el duque de Clarence, pero no todo el país estaba pacificado. Seguían existiendo zonas dominadas por el delfín y otras por el duque de Borgoña. Precisamente, en un enfrentamiento con las fuerzas leales al delfín en Bougé el 22 de marzo de 1421, Clarence resultó muerto y Enrique tuvo que regresar a Francia para hacerse cargo personalmente de sus asuntos allí. Enrique pasó el invierno en un largo y complicado asedio a la ciudad de Meaux, que capituló en mayo de 1422, y Catalina se le unió en Francia dejando a su hijo en Inglaterra. Pero Enrique V había caído enfermo, probablemente de disentería, y falleció en Vincennes el 31 de agosto de 1422.
Puede ponerse en duda si el reinado de Enrique V fue un glorioso período de conquista y consolidación o si se trató de la egoísta aventura de un rey en busca de la gloria personal, que no estaba destinada a durar en el tiempo (según Roy Strong, «…de alguna forma, si Enrique V no hubiese retomado la guerra con Francia, hubiera sido un rey todavía más grande»). Pero lo que es indudable es que su reinado constituyó un período de afirmación de la identificación inglesa más allá de la gloria de Agincourt: todos los documentos oficiales de su reinado empezaron a redactarse en inglés en 1410. Las cartas del propio monarca también se escribieron en inglés, así como documentos de los gremios del país. También en el ámbito civil generalizó el uso de términos como Anglia nostra,y en el religioso, el arzobispo de Canterbury hablaba de «la Iglesia de Inglaterra».
La muerte de Enrique V supuso un vuelco absoluto a la gloriosa situación que se presentaba para los intereses ingleses. El héroe guerrero de Agincourt había sido designado heredero de la Corona francesa y se encontraba en posición de hacer realidad el sueño que ni siquiera el iniciador de la guerra de los Cien Años, Eduardo III, había creído posible: unificar bajo su mando las Coronas de Francia e Inglaterra e iniciar una nueva era para ambos países.
Su prematura muerte dejaba sin efecto todos estos ambiciosos proyectos, y el hecho de que sólo hubiera tenido tiempo de engendrar un hijo y que este ni siquiera tuviera un año cuando su padre murió, suponía un gravísimo freno en las aspiraciones inglesas sobre Francia… pero esa es otra historia, parte de ella narrada en la entrada del blog dedicada a Catalina de Valois,
Imagen| Wikimedia Commons/ Archivo del autor
Fuente| Daniel Fernández de Lis. Los Plantagenet. 
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