Abordé puntualísimo en la estación de Berlín el tren que luego de cuatro horas y media me dejaría en la estación central de Praga o Praha, en el idioma Checo. Como todo viaje en tren, el ritmo fue muy apacible, rodeado de paisajes hermosos y al lado de dos grandes ríos: el Elba y el Moldavia, incluyendo una parada breve en Dresde, que desde la estación ya se pronosticaba fantástica y se convirtió en una visita pendiente.
Este viaje en tren fue como una ensoñación, porque era de una estética más antigua; el coche comedor hacía sentir un poco que estaba retrocediendo en el tiempo, disfrutando mi delicioso brownie, con mucha salsa y mucha crema y café, con la lectura del día.
Respecto a la ciudad era un pendiente para mí desde que mis papas la visitaron y quedaron encantados con la música, el magnífico puente y el trabajo del cristal de Bohemia, de los cuales nos trajeron varias joyitas, que aún atesoro.
Si debo reconocer que esta visita supuso para mi un poco más de estudio previo que lo normal, tanto de geografía, como también de historia porque esta ciudad es riquísima en acontecimientos: fue asentamiento celta, del cual emana el nombre de Bohemia de la región que formó parte por siglos, fue parte del imperio romano, ciudad medieval con todas las de la ley, parte del imperio Austro Húngaro, pero además tiene también una historia reciente muy movida: desde el fin de la primera guerra mundial, cuando se fundó Checoslovaquia, a ser muy golpeada en la segunda guerra después de la cual quedan bajo el régimen comunista, y su "cortina de hierro", con el intento de separación de la conocida Primavera de Praga, en el año 1968, y luego con la Revolución de Terciopelo, en 1989, por la cual se independiza de URSS, y finalmente en el año 1993, con separación y constitución de lo que actualmente conocemos como República Checa (visitaría la hermosa Eslovaquia en el verano de 2017).
Respecto de la propia ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad por Unesco en 1992, también fue preciso investigar para determinar en cuál de las dos porciones de la llamada Praga 1 quedarme: si Mala Strana, donde está situado el gran castillo y todos sus maravillosos componentes o Stare Mestro, o la ciudad vieja que también tiene atracciones muy principales.
Finalmente me decidí por Stare Mestro, y por el
Old Prague Hotel (
www.oldpraguehotel.cz/es/), que tenía un súper buen precio y una ubicación privilegiada, dado que estaba cerca de todo, pero no exactamente donde andaba la tantísima gente que había, aunque de todas formas es una ciudad sumamente caminable. La atención por otra parte fue espectacular, la niña de la recepción fue muy amorosa, para dar sus recomendaciones y para organizar los traslados que le pedí, súper curiosa de verme viajando sola.
La habitación era enorme, de look antiguo que ameritaba, y muy abrigadita.
Justo visité la ciudad en Semana Santa que es época de escapada de los europeos por lo que los sitios más populares estaban bastante llenos y no fue fácil tomar fotos decentes, razón por la cual me prometí volver, además porque tres días no son nada para disfrutar toda la arquitectura, cultura literaria (al menos Kundera, Neruda y Kafka) y belleza que tiene esta ciudad. No era todo malo sin embargo, porque en la plaza y en el castillo estaban todos los mercados tradicionales funcionando, con artesanías alusivas a pascua de resurrección y comidas típicas.
Mi punto de partida, luego de cambiar plata (acá usan la Corona Checa, aproximadamente 25 por euro) fue el sitio favorito de mis padres y uno de los iconos de la ciudad: el Puente de Carlos, que ha comunicado Mala Strana con la Stare Miesto desde 1357.
El puente hoy es peatonal y en la época en que yo fui, ocupado de lado a lado, como estilo navidad.
De las más de 30 estatuas situadas en las barandas del puente, por lejos la más visitada es la de San Juan Nepomuceno, el santo protector de Bohemia, quien habría sido arrojado al río por proteger el secreto de confesión de la mismísima reina. El uso popular manda a tocar la placa donde está el perro, para regresar a la ciudad.
Para llegar al castillo hay dos caminos, y está súper bien señalizado, yo elegí para la primera vez, cuando subí caminando, el que me permitía también pasar por algunos puntos más turísticos como la columna de la Santísima Trinidad y subir por la calle Nerudova, hasta Hradcany Square, pero, me distraje en el camino con unas dulces masas de rico olor, llamadas impronunciablemente Trdelnik, y que podía mejorarse con helado o crema, pero que decidí por esa vez probar sola, para empezar a familiarizarme con la tradición.
Seguí mi ascenso para encontrar las alusiones de Jan Neruda - en su propia calle Nerudova- un poeta checo, anterior al nuestro, pero respecto de quién se rumorea que habría inspirado el nombre del premio Nobel chileno. El punto, señalan los más escépticos, es que a la edad que Neruda adoptó su seudónimo era altamente improbable que haya caído un libro de poesía checa traducido al español al sur de Chile para que recibiera la inspiración, pero quién sabe, dado que ni el propio poeta explicó nunca su origen.
Seguí la peregrinación turística hacia el magnífico Castillo de Praga, cruzando Mala Strana, hasta llegar a Hradcanské Náméstí, o la plaza Hradcany, que es el acceso de la visita organizada. Yo llegué cerca de las 16:00 horas, que por casualidad es la hora que abren (casi al borde del cierre del recinto) el recorrido gratuito, tanto por la Catedral, como por las otras atracciones del complejo.
El Castillo no es un edificio tan solo, sino un conjunto de varias pabellones, patios e iglesias, todas ellas hermosas y representativas del poder político y espiritual del reino a través de los años. El conjunto empezó a ser construido en el siglo IX, durante la época Bohemia y además hoy sirve de asiento también al Palacio Presidencial.
Yo entré por la Puerta de San Matías, hacia los patios con varias fuentes y también visitantes.
Cruzando hacia el tercer patio aparece majestuosa la Catedral de San Vito, que reúne el estilo barroco y gótico en una sola construcción, y cuyas torres dominan toda la ciudad. En su interior, también hermoso, con un rosetón que nada le envidia al de Notre Dame, se encuentran varios mausoleos reales y las reliquias del Santo nacional San Wenceslao.
La verdad el edificio es magnífico por su entidad, pero me llama la atención que a la vez esté protegido por los demás edificios del complejo, por lo que se descubre en todo su esplendor al visitante, sólo una vez adentro del castillo.
Como estaban en semana santa, estaban funcionando el mercado en una de las plazas del castillo, donde estaban preparando Trdelnik en la forma más tradicional y vino caliente.
Así también estaban también los artesanos en escenas preciosas, trabajando el fierro e hilando lanas, tal como debe haber sido en la edad media, donde tenían aquí sitio para trabajar y vivir..
Lo más lindo de artesanía eran cáscaras de huevo decoradas con pintura y con calado, muy del estilo de los huevos pascua de resurrección, pero demasiado delicados como para soportar el viaje a Chile, porque me quedaban todavía 10 días de viaje, pero que aún recuerdo, por su colorido y delicadeza.
Avanzando un poco encontré uno de los rincones más hermosos del complejo: Golden Lane o la calle de oro, que es un pasaje como de cuento, que recibe su nombre porque en estas pequeñas y graciosas calles vivieron en el pasado los artesanos orfebres, aunque se dice que también los alquimistas que tenían aquí sus laboratorios para transformar cualquier metal en el preciado oro para los reyes.
Hoy funcionan tiendas muy coquetas con todo tipo de artesanías, marionetas, juguetitos y cerámica pintada, donde pude comprar unos huevitos pintados hermosos que tenían a la vez más chances de llegar vivos a Chile.
Curiosamente también vivió en este lugar el mismísimo Kafka, en la casa del número 22, montando su escritorio en 1916, durante la primera guerra mundial, por lo que algo lo habrá inspirado ... quizás "El Castillo", de 1926 ?
Terminada la calle, me di una vuelta y encontré mi perdición: la tienda Manufaktura (www.manufaktura.cz), donde venden productos cosméticos y de hogar, con los más ricos aromas, y donde compré regalitos para mis hermanas y mi mamá, en especial el aceite para manos y cutículas, de los más ricos que he probado.
Como había llegado tan tarde y cierran temprano, obligada di por terminada mi visita y seguí caminando por el barrio hacia la vecina iglesia Nuestra Señora de Loreto, y donde elegí también dónde comer, en una coqueta terraza, abrigadita hasta con una piel de oveja.
Hice el recorrido inverso de regreso por otra vía disfrutando el atardecer y aprovechando de vitrinear las tiendas de cristales admirando todo lo que no podía traer...
Cómo en esta parte no iba preparada con estudio previo, sólo caminé distraída sólo descubriendo cosas (volvería al día subsiguiente experimentando el Segway, para no hacer de nuevo el ascenso caminando). Así, me encontré en la Isla de Kampa, que al parecer es un canal del Moldava, y en una de sus plazas una extensa fila, que marcaba el inicio de la calle Vinarna Certovka, que mide 10 metros y tiene 70 centímetros de ancho, y que por ello, tiene un semáforo peatonal y desemboca en la orilla del rio, con y a un restaurante no muy llamativo para mí. Volví en la noche y tenía una vista hermosa, eso sí.
A unos pasos está situado el Museo de Kafka, en el que te dan la bienvenida la estatua de los hombres orinando sobre el mapa del país del escultor checo Cerny.
Di otros pasos más ya de regreso al puente de Carlos y me topé con un lugar muy congestionado, pero que al liberarse un poco pude disfrutar mucho por su colorido y por su historia: Lennonova ze´, o el muro de John Lennon, que desde los años 80 después de su muerte, ha sido lienzo de varios graffitis, que honran al artista, sus letras y su forma de ver el mundo, en tiempos en que estaba prohibido escucharlo.
Cada vez que el muro era pintado, la autoridad lo borraba, pero lo volvían a pintar ...
Me gustó mucho caminar por la isla y toparme con maravillosos puntos como el Molino del Gran Priorato, sobre el llamado Canal del Diablo, con su duende fumando pipa que enmarcaba toda la postal.
Volviendo a Mala Strana y muy cerca de la plaza de la Santísima Trinidad, encontré uno de los muchos lugares de masaje Thai que hay en la ciudad, Thai Paradise, donde recibí un masaje de piernas y pies por 10 euros que me vino estupendo después de la larga caminata.
Al día siguiente después del desayuno en el hotel, caminé el par de cuadras que me separaba de la gran atracción de mi barrio, en la Ciudad Vieja, centro además de la zona 1 de la ciudad: el ayuntamiento de la ciudad, en cuya esquina se encuentra el Reloj Astronómico de Praga.
Este reloj se conoce como el más antiguo de Europa, su parte inicial data de 1410 y luego se ha ido perfeccionando y hermoseando. Además de indicar la hora, marca la elipse de la luna y el movimiento del sol, además de los signos del zodiaco. A cada hora salen las figuras de los 12 apóstoles y se asoman por las ventanillas, anunciados por la campana que mueve una calavera, cerrando con el toque de la trompeta (por un humano)
Yo diría que esa es una de las más hermosas postales de esa parte de la ciudad, teniendo en consideración además que ahí empieza la Plaza, presidida por la más hermosa Iglesia de Nuestra Señora de Tyn, que parece verdaderamente sacada de un cuento.
A esa hora y hasta tarde en la noche esa porción de la ciudad estaba repleta de gente, porque además estaba funcionando el mercado, y los juegos infantiles, por todos lados habían huevitos y cintas, augurando también el pronto inicio de la primavera.
La iglesia fue levantada en el siglo XIV, en todo el estilo gótico, como idea de los vecinos, para competir con San Vito.
A unos pasos de la plaza está la Torre de la Pólvora, que es vestigio de la antigua ciudad amurallada del siglo XV, y que después sirvió de almacén de pólvora lo que le da su nombre actual.
De pasada me topé con el Divadlo Hybernia, un teatro, que data del siglo XVII donde se exhiben musicales y ballet.
También muy cerca de la Plaza esta el Mercado de Havelská, también hermoso y colorido, donde por un lado hay mucha artesanía, en especial las bellas marionetas y pequeños souvenir con cristales incrustados, como limas y pinches y en la otra sección frutas y verduras traídas del campo, como desde el siglo XIII, cuando tuvo origen este mercado más antiguo de la ciudad.
Crucé la plaza al lado contrario, y previo café en la terraza del concurrido Franz Kafka Café, seguí hacia el barrio judío.
El barrio Josefov que fue asentamiento judío desde el siglo XII, y que funcionó realmente como ghetto, con todo sinagogas, incluyendo la que se cree como más antigua del mundo y cementerios hasta el siglo XVIII, cuando se les permitió vivir en cualquier parte de la ciudad.
El tercer día me dediqué a recorrer la ciudad en Segway y además visitar la ciudad nueva o Nove Mesto, escenario de la historia más reciente del país en especial de la Revolución de Terciopelo en 1989, que terminó con la salida (no violenta de ahí su nombre) de la entonces Checoslovaquia del bloque comunista, dado que en este lugar se realizaron las principales manifestaciones.
La plaza de Wenceslao es una explanada enorme en cuyo fondo aparece el enorme Museo Nacional, durante mi visita estaban los mercados de comida, así que caminé viendo tiendas y puestos, comiendo las papas fritas de rollito llamada Bramborova Spirala, más ricas que he comido.
Durante las noches me dediqué a recorrer cada esquina de mi barrio, la plaza y los mercados, y así me encontré con varias joyitas como el Club Jazz Republic Praha, que estaba en la esquina de mi hotel, muy entretenido aunque el mojito más aguado que he probado.
El restaurante más bonito que visité fue el Seven Angels, también es Stare Mesto, cuya historia cuenta que funciona desde 1392.
El lugar es precioso, aunque no recuerdo que la comida haya sido especialmente rica, sí la atención, curiosos de por qué nunca llegó mi acompañante, aunque insistí desde el principio la reserva era para una persona.
Lo otro que me encantó fue la banda, desesperada por encontrar algo latino en su repertorio , sin éxito, aunque yo estaba fascinada por las notas del violín con sonidos gitanos que tanto me gustan.
Crucé tranquila el Puente de Carlos hacia Mala Strana, esta vez no con tanta gente pude admirar mejor las estatuas y escuchar el agua y también la música que resonaba en el ambiente. Pude tocar el perro del Santo también y admirar sus grabados, garantizando así mi regreso futuro a la ciudad.
Y volví a recorrer la Isla Kampa con todos sus atractivos, lo más lindo para mi, entrar sin gente al callejón del semáforo y dar con la orilla del rio, donde estaban aún merodeando los maravillosos cisnes y esta postal (donde además se filmó parte del video de Never Tear us apart de INXS, que recorre la ciudad en ese hermoso video)
Y volví a salir de ese estado de ensoñación por la misma calle del semáforo peatonal.
Lo último que me faltaba cerrar este digno y completo paseo fue honrar la tradición cervecera del país, que data del siglo X tomando una
pivo o cerveza, aunque no me declaro muy fanática. Para ello me instalé en mi hermoso vecino
bar Jewel (www.jewel.cz/en/), a probar unas
pilsen (la verdadera) en vaso de cristal checo, el mejor cierre para este notable capítulo de mi viaje.
Next destination: Moscú.